Thursday, April 5, 2012

Lo que debe decirse


Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,


sobre lo que es manifiesto y se utilizaba


en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,


solo acabamos como notas a pie de página.


Es el supuesto derecho a un ataque preventivo


el que podría exterminar al pueblo iraní,


subyugado y conducido al júbilo organizado


por un fanfarrón,


porque en su jurisdicción se sospecha


la fabricación de una bomba atómica.


Pero ¿por qué me prohíbo nombrar


a ese otro país en el que


desde hace años —aunque mantenido en secreto—


se dispone de un creciente potencial nuclear,


fuera de control, ya que


es inaccesible a toda inspección?


El silencio general sobre ese hecho,


al que se ha sometido mi propio silencio,


lo siento como gravosa mentira


y coacción que amenaza castigar


en cuanto no se respeta;


“antisemitismo” se llama la condena.


Ahora, sin embargo, porque mi país,


alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez


por crímenes muy propios


sin parangón alguno,


de nuevo y de forma rutinaria, aunque


enseguida calificada de reparación,


va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad


es dirigir ojivas aniquiladoras


hacia donde no se ha probado


la existencia de una sola bomba,


aunque se quiera aportar como prueba el temor...


digo lo que hay que decir.


¿Por qué he callado hasta ahora?


Porque creía que mi origen,


marcado por un estigma imborrable,


me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,


al país de Israel, al que estoy unido


y quiero seguir estándolo.


¿Por qué solo ahora lo digo,


envejecido y con mi última tinta:


Israel, potencia nuclear, pone en peligro


una paz mundial ya de por sí quebradiza?


Porque hay que decir


lo que mañana podría ser demasiado tarde,


y porque —suficientemente incriminados como alemanes—


podríamos ser cómplices de un crimen


que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa


no podría extinguirse


con ninguna de las excusas habituales.


Lo admito: no sigo callando


porque estoy harto


de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además


que muchos se liberen del silencio, exijan


al causante de ese peligro visible que renuncie


al uso de la fuerza e insistan también


en que los gobiernos de ambos países permitan


el control permanente y sin trabas


por una instancia internacional


del potencial nuclear israelí


y de las instalaciones nucleares iraníes.


Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,


más aún, a todos los seres humanos que en esa región


ocupada por la demencia


viven enemistados codo con codo,


odiándose mutuamente,


y en definitiva también ayudarnos.


Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,


sobre lo que es manifiesto y se utilizaba


en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,


solo acabamos como notas a pie de página.


Es el supuesto derecho a un ataque preventivo


el que podría exterminar al pueblo iraní,


subyugado y conducido al júbilo organizado


por un fanfarrón,


porque en su jurisdicción se sospecha


la fabricación de una bomba atómica.


Pero ¿por qué me prohíbo nombrar


a ese otro país en el que


desde hace años —aunque mantenido en secreto—


se dispone de un creciente potencial nuclear,


fuera de control, ya que


es inaccesible a toda inspección?


El silencio general sobre ese hecho,


al que se ha sometido mi propio silencio,


lo siento como gravosa mentira


y coacción que amenaza castigar


en cuanto no se respeta;


“antisemitismo” se llama la condena.


Ahora, sin embargo, porque mi país,


alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez


por crímenes muy propios


sin parangón alguno,


de nuevo y de forma rutinaria, aunque


enseguida calificada de reparación,


va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad


es dirigir ojivas aniquiladoras


hacia donde no se ha probado


la existencia de una sola bomba,


aunque se quiera aportar como prueba el temor...


digo lo que hay que decir.


¿Por qué he callado hasta ahora?


Porque creía que mi origen,


marcado por un estigma imborrable,


me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,


al país de Israel, al que estoy unido


y quiero seguir estándolo.


¿Por qué solo ahora lo digo,


envejecido y con mi última tinta:


Israel, potencia nuclear, pone en peligro


una paz mundial ya de por sí quebradiza?


Porque hay que decir


lo que mañana podría ser demasiado tarde,


y porque —suficientemente incriminados como alemanes—


podríamos ser cómplices de un crimen


que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa


no podría extinguirse


con ninguna de las excusas habituales.


Lo admito: no sigo callando


porque estoy harto


de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además


que muchos se liberen del silencio, exijan


al causante de ese peligro visible que renuncie


al uso de la fuerza e insistan también


en que los gobiernos de ambos países permitan


el control permanente y sin trabas


por una instancia internacional


del potencial nuclear israelí


y de las instalaciones nucleares iraníes.


Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,


más aún, a todos los seres humanos que en esa región


ocupada por la demencia


viven enemistados codo con codo,


odiándose mutuamente,


y en definitiva también ayudarnos.

Traducción de Miguel Sáenz

El texto original en alemán se publica hoy en el diario Süddeutsche Zeitung.

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